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Mi despertar después del diagnóstico: cómo encontré mi camino de regreso a mí misma

Irma Sierra·Dec 15, 2025· 6 minutes

Cuando la vida se detiene sin aviso,

... algo dentro de uno también queda suspendido. En abril del dos mil trece escuché un diagnóstico que jamás imaginé recibir: artritis reumatoide. A mis cincuenta y dos años, después de toda una vida dedicada al movimiento, al cuerpo y a la energía, esas palabras me descolocaron de una manera que no supe manejar. Era como si todo lo que conocía de pronto no alcanzara para entender lo que pasaba dentro de mí.

Durante mucho tiempo opté por el silencio. Sólo mi familia sabía lo que ocurría con mis manos y con mis fuerzas. Evitaba que otros lo notaran, cubría mis manos con mangas largas y me refugiaba en mi sonrisa para mantener una apariencia de normalidad. Mi cara, mi peinado y mi ropa daban la impresión de normalidad, pero mis manos contaban otra historia.

Los síntomas fueron avanzando y mi día a día cambió por completo. Acciones tan simples como apretar un tubo de pasta dental, peinarme, abrir un pomo o cerrar un sostén se convirtieron en tareas imposibles. Hubo momentos en los que necesitaba ayuda para todo: vestirme, cocinar, secarme el cabello, incluso entrar y salir del carro. Mis rodillas perdían fuerza, mis codos no toleraban la presión de ponerlos en la mesa, mis dedos no respondían. Sentía que mi cuerpo se apagaba mientras mi mente luchaba por seguir adelante.

Con el tiempo, entendí algo que no quería admitir. Me había ido alejando de mi misma. 

Y eso resultaba aún más difícil de aceptar porque el camino que había marcado toda mi vida era precisamente la comprensión profunda de la energía, los imanes, la nutrición, el movimiento y la observación del cuerpo como un sistema integrado. Ese conocimiento era mi fundamento desde la infancia. Crecí escuchando a mi papá decir que «somos energía», y dediqué mi vida profesional a estudiar ese principio desde todos los ángulos posibles,a vivirlo, enseñarlo y aplicarlo.

Y aquí hay algo que necesita ser dicho:
yo nunca dejé de usar mis imanes, nunca dejé de tomar mis suplementos, nunca dejé de ajustarme, nunca dejé el láser. Jamás.
Los usaba de día y de noche. Dormía con ellos. Gracias a esa rutina yo podía seguir trabajando. Gracias a eso seguí funcionando, aun cuando estaba muy mal.

No abandoné nada; simplemente nunca me detuve.
Nunca me di el permiso de descansar.
Nunca bajé el ritmo.
Nunca me puse como prioridad.

Me absorbió el estrés, el exceso de responsabilidades, la vida administrativa, la computadora, la falta de descanso y la presión constante por sostenerlo todo.

No abandoné mis herramientas físicas, pero me fui alejando de mí. Dejé de escuchar mi cuerpo. Dejé de atender mi energía. Dejé de volver a mi centro.

No fue un abandono visible.
Fue un abandono silencioso.

Ese fue mi punto más bajo. Y aunque dolió reconocerlo, ahí comenzó mi despertar.

Cuando estaba en la clínica a tiempo completo, antes de la enfermedad, recibía mi terapia PEMF una vez a la semana por veinte minutos. Busqué alternativas para la casa y tuve mi primer equipo, pero no lo integré con la conciencia y la constancia que hoy entiendo eran necesarias. No era falta de conocimiento. Era falta de energía.

Mis manos se fueron desviando… y cuando quise reaccionar, ya era demasiado tarde.

Todo cambió cuando decidí detenerme.

No por rendición, sino por necesidad.
Por supervivencia.
Por verdad.

Me detuve y miré mi vida completa. Reconocí que había seguido funcionando gracias a mis herramientas, pero sin recargar mi sistema energético profundo. Y fue entonces cuando entendí lo que realmente me faltaba: electrificarme, volver a la energía, regresar a mí.

Comencé a integrar el PEMF de manera consciente, combinándolo con mis imanes en sesiones diarias de treinta minutos. Según recuperé mi conciencia sobre los efectos de esta terapia sobre mi cuerpo, aumenté las sesiones a varias veces al día. 

Fue entonces cuando, ya para enero del dos mil veintiuno, llegaron a mis manos The Power of Now de Eckhart Tolle, el curso Silva Mind Control y, más tarde, You Are the Placebo de Joe Dispenza. No me enseñaron algo nuevo; me recordaron lo que ya sabía, lo que llevaba dentro desde niña, lo que mi papá siempre me dijo: somos energía.

Entonces entendí con claridad que lo que había perdido no era conocimiento.
Era presencia.
Era silencio.
Era energía vital.

Eso fue lo que recuperé cuando comencé a meditar diariamente sobre mi terapia magnética estática y el PEMF. Sesiones profundas y constantes en las que, por primera vez en mucho tiempo, mi cuerpo y mi mente volvieron a comunicarse entre sí.

Esa integración no fue magia ni coincidencia. Fue un reencuentro. Un regreso a mi esencia. Un recordatorio de que el cuerpo busca equilibrio cuando uno le ofrece las condiciones para lograrlo.

Y eso fue lo que finalmente hice: detenerme, escuchar y regresar a mí.

En mayo del dos mil veintidós añadí Qi Gong a mi rutina diaria y comencé a ver cambios concretos: más movilidad, más vitalidad, más capacidad de realizar movimientos que llevaba años evitando. Recuperé flexibilidad física, pero también claridad emocional. Comprendí que la artritis reumatoide no llegó para castigarme, sino para detenerme lo suficiente como para obligarme a escuchar lo que llevaba demasiado tiempo ignorando.

Hoy mantengo una rutina sólida que no negocio con nadie:

Biomagnetismo estático y pulsante, suplementos, nutrición, quiropráctica, meditación, Qi-gong y, en ocasiones, láser. Ese conjunto se convirtió en mi manera de honrarme. Ya no desde la prisa ni desde el miedo, sino desde la coherencia.

He pasado por momentos duros, dolorosos y profundamente retadores, pero también he vivido una transformación que nunca imaginé. Sigo sanando todos los días. Y aunque mis manos cuentan una historia de lucha, también cuentan una historia de regreso. Volví a lo esencial. Volví a mí.

Sé que no soy la única que ha sentido miedo tras un diagnóstico. Sé que hay quienes también se han escondido o se han juzgado por no saber qué hacer. A cada una de esas personas quiero decirles que perderse no significa fracasar. A veces perderse es el primer paso para encontrarse de verdad y descubrir que sí, que lo que ya sabías es lo real.

Mi historia no termina con la artritis reumatoide. Tampoco comenzó allí, pero me llevó a un lugar mucho más profundo. Me llevó a recordar quién soy y qué energía me guía. Me llevó a reencontrarme con la misma fuerza que he defendido durante toda una vida y que, por un tiempo, dejé a un lado sin darme cuenta.

Hoy comparto mi historia porque me siento en paz con ese recorrido. Y si este testimonio puede dar esperanza, claridad o compañía a alguien que lo necesite, entonces este camino ha valido cada paso.

Con energía magnética,

Dra. Irma Sierra